Hace tiempo, por recomendación de una amiga, leí el libro de Mariolina Ceriotti, Erótica y materna, un viaje al universo femenino. ¡Y qué suerte haber seguido ese consejo!
Un libro para reflexionar, un libro que quiere dar luz al misterio de la mujer en un tiempo en el que vivimos obsesionadas por hacer mil cosas, apenas sin tiempo para asimilarlas, tantas veces atareadas buscando el lugar que creemos perdido en la sociedad. Y no nos damos cuenta, o se nos olvida, que el simple hecho de ser mujer ya de por sí encierra una grandeza inmensa.
En un día tan señalado como hoy, 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, he creído bonito compartir una parte de este libro, un recorrido del tiempo de la mujer, ligado enormemente a los cambios que suceden en su cuerpo, siendo todos y cada uno de ellos importantes. Porque «hay un tiempo para cada cosa. Vivir con esto supone una profunda sabiduría.
Hay un tiempo para ser niñas. El cuerpo es silencioso… Es un tiempo para aprender y descubrir.
Hay un tiempo para la preadolescencia que precede a la menarquia, donde el interior misterioso del cuerpo es difícil de expresar…
Hay un tiempo para la adolescencia, para conocer el propio cuerpo y el deseo, y aprender a orientarlo y gobernarlo…
Hay un tiempo para la vida adulta, en el que el mundo es creatividad hecha de amor, de hijos, de proyectos y actividades…
Hay un tiempo para la menopausia, una fase muy larga para la mujer donde experimenta nuevas libertades: se siente menos condicionada por la propia imagen y se acepta más por ser quien es, con sus límites inevitables…
Finalmente, hay un tiempo para la vejez, que iguala las posiciones masculina y femenina, hasta ese momento tan distintas. Es la etapa de saber dar pleno sentido a cada día que quede de vida, afrontando la muerte. En la vejez, hombre y mujer deben aprender a dejar las cosas, entregándolas a quienes vengan detrás…»